Thursday, December 13, 2007

La Piedra de Thor.

Hace un tiempo ya que conozco al herrero, es un hombre de temperamento ígneo, como su oficio. Le he visto martillar mil veces sobre el yunque, le he visto hacer espadas y espadas. Joyas algunas, para los nobles, otras sólo de acero, pero de alguna manera, nobles en su sobriedad. Algo anidaba en el pecho del herrero, que su obra era distinta, no era un herrero común.

Su nombre era Tristán y era bastante solitario. Algunas personas no estaban muy felices con él. Decían que era casi un forastero. Sólo su habilidad y buena disposición le permitían seguir tranquilo. En nuestra villa no querían mucho a los forasteros.

El herrero me encontró una vez, borracho, cerca de su casa, me subió a su caballo y me llevó con él. Me lanzó al agua fría y desperté. Me hizo asear y me dio ropa limpia, dijo que si quería ir a su mesa debía usar ropa limpia y oler bien, Que el olor a borrachera no era el que imperaba en su casa.

Mucha extrañeza me producía, Hasta ese momento yo desperté de improviso cuando alguien me sumergía en el agua, salí de la misma asustado y sin aire, pero el herrero me sumergía y me sujetaba como si fueran sus manos unas tenazas. Cuando pude respirar me vi metido en una tina y a un desconocido que me mandaba a asear si quería sentarme a su mesa. Por alguna extraña razón le obedecí. Quizá el hambre.

Mi reciente bienhechor era un hombre de rostro duro, pocas risas salían de su boca. Muchas frases misteriosas que yo no pude entender si no con los años. Cuando estuvo de acuerdo con mi aspecto caminó a mi lado hasta el lugar donde todos comían. Tenía una casa muy poco decorada, una mesa para muchos y solo faltaba uno. Seguro, un puesto para mí.

A esas alturas yo habría corrido a la mesa y habría tomado pan, carne y manzanas, corriendo habría salido por la puerta. Pero al lado mío estaba el herrero, quien de seguro me habría tomado del brazo con sus manos de tenaza. Al llegar ambos, todos guardaron silencio, y les dijo:

-Buenas tardes, señores, este joven será uno de nosotros. Artizar, será tu ayudante y aprendiz. Debe encontrar un nombre para sí mismo-

Sentí que la solemnidad era mucha, no hice nada sin que me lo solicitaran, me senté cuando me lo pidieron, comí cuando me ofrecieron. Los demás hablaban de temas que yo no lograba entender, nombres y frases que para mí no tenían coherencia alguna. Todos se veían muy animados, el joven al que me asignaron era importante entre los demás, parece que era alguien muy cercano al herrero. Él le hizo una reverencia, y una a mí. Yo me sentí como un absoluto tonto queriendo corresponder la armoniosa y viril forma en que sus manos acompañaron el gesto. Me sonrojé y tanto Artizar como el herrero lo notaron, lanzándose una mirada de complicidad.

Una vez sentado a la mesa se hizo el silencio, y unas hermosas mujeres trajeron todo tipo de alimentos, bien se veía que el herrero vivía de acuerdo a su fama como forjador, alimentos que no habría visto si no en su casa o en la de los reyes, algunos que sólo existían en las tierras salvajes, eran cosechados en su patio. El aroma y el sabor eran exóticos e inquietantes. Todos miraron hacia abajo y el herrero agradeció a la tierra y al cielo, nuestra merienda.

Así me convertí en aprendiz menor en la casa del herrero, a cargo de Artizar, que supe, era aprendiz directo del herrero. Muchas de las espadas más valiosas salieron del horno de Artizar, obviamente, muchos de los demás hubieran querido estar bajo la tutela de este connotado joven. Muchos herreros de renombre hubieran querido estar bajo la tutela de quien era mi guía. Ahora bien, nadie osaba siquiera comentar en contra de nuestro mentor, excepto, quizá, uno que compartía nuestra mesa, pero que nunca me gustó.

Después de la merienda, Artizar me llevó y me dijo, hoy dormirás en el cuarto de los invitados de los aprendices, ya mañana deberás hacer tu propio espacio, aquí nada se obtiene sin una gota de sudor, los que trabajamos el fruto de la tierra, sudamos hasta nuestra última gota, y esto lo escucharás hasta odiarlo o amarlo. Los que trabajamos el acero, lo hacemos con las gotas de nuestra frente. No con el aire de nuestras bocas.

Artizar era un joven de nobles modales y aspecto, parecía el príncipe de un reino castellano, en cambio el herrero parecía un aventurero casi todo el tiempo. Yo era un borracho, y como tal me veía. En la casa del herrero uno debía verse como lo dictaba la tarea, decía Artizar. Yo no se nada de mis padres, ni de otra cosa que no haya aprendido en la casa del Herrero. Sólo que podía robar algo de comida después de las fiestas y que el vino pagado generalmente es menos bueno que el que te invita un borracho.

Mi primera tarea fue construir el lugar donde había de vivir. Uno de los que ven a los caballos me enseño a clavar, otro me enseño a usar el hacha. Me dieron una graciosa espada dentada, muchos pequeños clavos, un martillo y me mandaron a buscar madera. En el camino encontré a Artizar, quien dijo buscar buena madera para hacer buen fuego. Ya a esas alturas podía haberme ido, la vida del holgazán tiene sus puntos a favor. En eso pensaba cuando Artizar ya no estaba a mi lado, sorpresivamente. Llegué a buscar un árbol que me permitiera hacer una casa. ¿por qué no simplemente de barro y piedras, como todos? ¿por qué debía destrozarme cortando árboles? Nunca lo habría entendido. Busqué la botella que traje, pero no la encontré.

Me puse a cortar un árbol con el hacha, durante toda la mañana. De pronto, Artizar apareció. Traigo la merienda, dijo. Traía un morral con pan, pierna, queso y mi botella. Unas manzanas y agua. Dijo que me enseñaría a hacer fuego en medio del bosque. Limpió el lugar, hizo un agujero en la tierra y lo rodeo de piedras. Dijo que la tierra era nuestra carne, y que había que honrarla. Después dispuso lana y hojas secas bajo algunos maderos secos. Espolvoreó algún tipo de tierra negra sobre las maderas y con dos piedras que sacó de su bolsillo, hizo fuego en menos de lo que canta un gallo.

Artizar me dijo que el creía que el metal viene del cielo, que era dios fecundando la tierra. No supe si era una cosa de poetas, o alguno de los raros cultos que tienen los nobles, y este joven perfectamente podía ser un noble, pero creo que empezaba a encontrarle sentido a la vida de los que trabajan con el sudor de la frente. Comimos y comentamos de sus ideas con respecto al cielo que fecunda la tierra, la pierna era buena, mi botella traía un vino que nunca sospeché. Este Artizar era un ángel del señor o un demonio de Belcebú, pero muy difícilmente me parecía un hombre ordinario. ¿Por que la merienda del bosque se volvía un festín con su sola presencia? Y así fue todo el tiempo que construía mi lugar, me demoré un año completo.

El herrero se me acercó más de una vez, me preguntaba cosas, me pedía tareas, una vez me invitó a ver bailar a unas sacerdotisas de un extraño país donde los hombres veneran al mono. Pero lo que nunca olvidaré fue cuando me llamó y me preguntó si ya tenía un nombre. Recordé que al llegar encomendó a Artizar que yo encontrara un nombre. También noté que todos mis compañeros me llamaban muchas veces nuevo, reciente, joven, hasta niño, muchos me decían aprendiz, seguidor de Artizar. Los que no me querían me llamaban botella. Me di cuenta que no tenía nombre, ni oficio. Me di cuenta que mi antiguo ser ya no existía, que mi antiguo nombre de Diego ya no significaba nada para mí. Creo que nunca me sentí un Diego. Quizá intentaba borrar su recuerdo a través del vino.

Mi respetadísimo Tristán, le dije, aun no ha querido el cielo dar forma a esta tierra yerma, pero seguro estoy de no ser Diego. Él me miro, con una sonrisa, tan poco habitual como luminosa. Creo que mientras menos frecuente es más hermoso ver sonreír a alguien. Estoy tan seguro que no eres Diego como de que no eres San Jacobo, me dijo. Pues ya es hora de que te conviertas en un hombre, que Artizar y tú hagan tu primera espada, la que será para un importante caballero. De esa tarea debe porvenir tu nombre, mi distinguido invitado, para que puedas dejar de prestar tu voluntad a San Jacobo. Sólo entendería esta asociación de nombres varios años después, cuando se me enseño a leer.

Artizar me dijo que eso de hacer mi primera espada era casi una broma, que primero debíamos hacer mil fuegos. Mil carbones, mil amores. Yo había hecho unas pocas armas de filo, muy buenas hachas salían de mi fuego, y me ofendió mi joven maestro con su comentario. Le dije, airosamente, querido amigo, respetado guía, te enorgulleceré con mi primera espada si me dejas hacerla. Pues no esperaba menos de ti, dijo haciendo una runa en su mano.

Pero para aprender espadas hube de aprender a leer y hube de viajar mucho, hice bastante dinero haciendo hachas y calderos, también hice algunas joyas para los nobles, pues descubrí una inusitada habilidad para tal artesanía. Sin embargo, lo que yo quería era hacer una espada única y excepcional, con la que sorprender a mi adelantado guía. Empero, mi camarada era un tipo difícil de sorprender, sus espadas eran las mejores, las más hermosas, las más elegantes, las más livianas y las de mejores filos. Una espada de Artizar era la espada del Rey. Con piedras, con oro y con una forma de dragón en la empuñadura. Su propia espada tenía una pareja en la hoja con un acero de otro color. La empuñadura era la forma de varias holeadas de dragones, era una espada curva, y según mi amigo, de dos aceros, que la hacían dura para cortar y flexible para no romperse.

El mismo Tristán me enseño a escribir y leer, una mujer que lo frecuentaba me pidió que le leyera poemas, y me enseñó a hablar en público, a leer para otros. Artizar me enseño a mezclar el hierro con el carbón, hice aceros de varios tipos, mis hachas mejoraron aun más. Uno de los otros avanzados me enseño a hacer moldes de cera y moldes en la madera. Pero cuando me disponía a hacer mi primer vaciado, mi guía me mandó a una cosa de lo más inexplicable.

Las mujeres de los ojos rasgados que bailaban para Tristán debían ir al río, para bañarse en las frías aguas una vez al día, o cuando mucho al segundo día, como parte de sus costumbres. Yo debía ser su escolta, junto a otros de las caballerizas y de la guardia. Iba a cargo de una de las tres patrullas de cuatro hombres. Dos hombres de ojos rasgados venían con nosotros. Las mujeres, unas veinte en total, venían en carros tirados por caballos. Los que comandábamos veníamos a caballo y los demás marchaban a nuestro lado provistos de espadas y muchos traían de mis lanzas. Eso me daba gusto.

Llegando al río pasó lo que me temía, fuimos emboscados, descubrí que no sabía nada de espadas, pero si mucho de hachas. Fuimos emboscados por unos cincuenta hombres, no sabían que traíamos mujeres, pensaban que éramos un transporte de oro. La pelea fue breve, vimos que doce contra más de cincuenta era algo tonto. Hasta que los hombres de ojos rasgados comenzaron a saltar y a moverse de una manera increíble. En nuestro idioma nos instaron a pelear, mientras ellos de un golpe de espada partía en dos a uno de nuestros enemigos. Saltaban, daban golpes con sus puños que tiraban al suelo a un hombre al que le llegaban al hombro. Sacaban sus espadas y cortaban limpiamente. Eran espadas livianas, como la que portaba Artizar. Quien debía estar aquí, por alguna extraña razón me había enviado. Por eso, cuando los ladrones se acercaron al carro con las mujeres, dentro del mismo salio mi guía, saltando como uno de los hombres de oriente, portando una espada como las de los asombrosos guerreros de ojos rasgados, yo tontamente corrí hacia Artizar, y recibí una flecha en mi costado.

Más tarde desperté en la casa del herrero, quien me había sacado la flecha y me había suturado la herida, me había aplicado no se que licor, puesto que olía a bebida, además creo que me afiebré. Artizar me dijo que había recibido la lección de espadas más cara de toda mi vida, y Tristán se veía satisfecho de verme abrir los ojos. Yo me sentía satisfecho de haber participado en la pelea. Sin embargo, nunca olvidaré la maestría de estos hombres de oriente, sus espadas maravillosas, las increíbles acrobacias y sus formas marciales. Los golpes de pierna, los golpes de puño, esos increíbles gestos, se grabarán toda mi vida en mis corazón. ¿Cuánto puede martillar un hombre su cuerpo hasta esculpir el acero?

Ese pensamiento me acompañó, todo el tiempo que me demoré en mejorar, tiempo que debí esperar para hacer mi primera espada, fue una maduración. Descubrí que el hombre es acero, y solo a través del templado alcanza su máxima dureza, su condición de hombre. Empezaba a fraguarse mi nuevo temple. La lectura me dio una nueva visión. Descubrí mucho acerca del acero, y en secreto, sin la aprobación de mi guía empecé a tallar mi espada. Quería una espada liviana, de dos manos, como las grandes espadas de los germanos, pero con la gracia de las espadas de los orientales. Uno de ellos, con un gracioso acento, me explico la historia de su dios mono, en una nube atravesando el cielo. Luego me enseñó algunos de sus golpes de puño. He de asumir, humildemente, que demoré varios días en aprender simplemente a hacer la guardia antes del golpe. En cambio le ofrecí una de mis hachas. Y le enseñé a lanzarla. Definitivamente algo hay con estos hombres de oriente, aprendió inmediatamente a lanzarla y luego me enseñó unas dos maneras más de usar un hacha.

De la técnica de espadachín de estos hombres tomé algunas ideas para mi espada, y quise dedicarla al martillo que nos da la vida. El martillo que hace a los hombres pequeños provenientes de oriente unos verdaderos luchadores y a nosotros unos lentos y pesados hombres de barro, comparados con ellos. Tallé en la empuñadura un martillo, como el que los enanos le dieran a Thor, fragüé en acero obscuro la imagen de un puño. Ahora debía hacer el acero del que obtendría mi primera espada. Debía ser una noble espada, una espada para Thor.

Fragüé mil aceros, hice mil fuegos, sudé ríos de mi frente, hasta que la hoja estuvo lista. El acero más hermoso que jamás logré. Martillé en su roja superficie hasta que mi frente se secó. Martillé la hoja de dos aceros, como me sugirió mi guía, hasta que logré una hoja dura y flexible, y en ella incrusté el puño que logré. Sólo faltaba vaciar la empuñadura alrededor de la hoja. El martillo de Thor. La espada del martillo estaba lista al cabo de cinco años.

Cuando la presenté a mi maestro, la tomó, la sacó de su vaina, riendo, la tomó, vio el puño y el martillo. Creo que has encontrado tu nombre, amigo mío, no cabe duda que has dado con tu identidad. Sin mediar pausa alguna partió a grandes zancadas hacia su maestro, quien se encontraba en la fragua, haciendo también espadas, cuando en su espacio entramos Artizar y yo que apenas le llevaba el paso. Tristán, le dijo, hemos encontrado un alma, hemos puesto un nombre a la tierra que llena este cuerpo.

Tristán al ver la espada volvió a darle una mirada de complicidad a mi maestro y rió a carcajadas, diciendo, ya sabía yo que este joven no era un Jacobo, si no un Martín, sea pues, que cada uno termine lo que este haciendo hoy, puesto que mañana será tu discípulo llamado Martín de Dionisio. Y así la espada me dio un nombre, tal como Tristán lo dijo.

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Wednesday, December 12, 2007

litho pyrós 3

de pronto vi rasgarse el cielo, una inmensa herida en la faz negra y blanca de la noche, una señal, un haz de luz dorada traspasando la noche, convirtiendo el cielo en fuego, la paz de la noche con su ígnea voz. por que el tronar de su grito inundó la noche y destruyo a mil demonios.

el haz de fuego que ha brotado de la forja de dios ha dejado caer un trozo de piedra celeste, rasgando también la tierra, horadando su fría y dulce faz. dejando la semilla en su vientre.

frente al fuego siento el martillo del forjador en mis huesos, el quebranto y la transformación, la mutilación y la restitución, la muerte y el renacimiento.

la piedra caída del cielo, la piedra ignea queda fija en mi, recubre mi piel, restituye mi ser, rehace mi espíritu, pone fuego a mi alma.

Nada puede detenerme.

El mundo he de forjar.

131207

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Lugares Perdidos

Diréis que no puede alguien, según lo ha ordenado el Señor Pordigatorius, flotar entre las nubes, ya que Él ha movido las estrellas con Su Mano Poderosa para evitar que nazcan más de esos seres voladores, perversas criaturas que no son de Nuestra Orden, nacidas de entre nosotros como un demonio salido de las Antiguas Escrituras de Dios.

Pero yo mismo he visto, y creo que todos vosotros perfectamente también pudisteis haberos encontrado a uno de esos malignos y perversos engendros que osan venir desde el otro lado de nuestra tierra, desde aquellos ‘Lugares Perdidos’ por sugerencia de Nuestro Benévolo Señor Pordigatorius.

La orden de Nuestro Señor es acabarlos yendo a su sagrada cámara de transfiguración, y por obra de Su Suprema Gracia, abandonar la configuración actual de paz, convertiros en seres de batalla y avanzad hacia los lugares perdidos y matadlos a todos, puesto que Él es Nuestro Creador y suya es la decisión de transfiguración, no puede un ser que vuela o que lanza fuego con sus manos ser si no obra de algún perverso deseo ajeno y distinto de Nuestro Señor.

Quien otro puede estar perturbándonos con perversos seres que nos obligan a abandonar nuestra paz, sino un enemigo de Nuestro Señor, envidioso de su Gloria y de su Majestad.

(fragmento)

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Monday, December 10, 2007

litho pyrós 2

Desde que conocí a la mar algo se movió dentro de mí. El reventar de las olas se clavó en mi interior, el rocío se alineó a mi piel, la sal me vistió de brillo y luz. Ella serpenteaba deleitándose con mi andar, acercándose, alejándose, dejándome creer que podía esquivarla.

La sal y su humedad fraguaron en mí un crisol, la piedra que era se fracturó y de su interior brotó el fuego. La sal portadora de la luz, la serpiente vestida de plata, la luna en el negro fondo, sobre el mar, caminando a la orilla.

Me doy cuenta que he recibido la mordida, que el veneno incendia mis venas, que el fuego me invade y deja sus huellas.

De pronto creo ver un destello, otro camino en el mar, el camino de mi reflejo en el mar. El martillo que ha roto la piedra ha encendido la hoguera, el crepitar de fuego marca el pulso en mi pecho.

Es entonces cuando me doy cuenta de la tarea de la noche y el mar, y las hogueras en mi pecho arden para siempre.

111207

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Friday, December 07, 2007

litho pyrós

Mi naturaleza es la piedra, soy la piedra que sale del agua, el huevo primordial. Pero mi vida es arder, soy igneo hasta el fin de mis días, una llamarada, una explosión, un arder inacabable. Mis huellas son cenizas, mi pecho es forja, mis ojos son antorchas y mi cabeza un crisol.

Camino en el centro de la noche, repartiendo y portando una flama que nunca se apaga. Cualquiera que caiga en mí arde hasta que sólo una ráfaga tibia de viento es el único testigo de su inmolación.

Cada vez que amo, cada vez que beso, cada vez que miro a alguien, ya sea cabra, mariposa, la luna en el agua, una tímida flor negra y roja, todos serán inmolados.

Así me ha maldecido el tiempo, celoso de luz. El designio de portar la llama.

071207

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Tuesday, December 04, 2007

sueños y noches

A veces creo que la noche guarda algunos secretos que sólo yo puedo encontrar, es por eso que se dibuja en forma humana y toca mi alma a ver si contesto. Es por eso que al dejar en mi boca un dejo de su aliento, cada vez que sella en mi boca un pacto con un beso, sabe envolverme con su cuerpo.

La noche sueña que yo guardo algún secreto y que sólo ella puede alcanzarlo, se viste de cielo negro, de luna y rocío. Alcanza mi boca con su caricia de viento tibio y aire de noche. Juega con mi espalda y me besa. Busca en mi pecho.

Fugazmente creo recordar algo que susurra a mi oído, pero el beso es olvido, el mundo desaparece con ella. El mundo entero es un beso

041207

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